Puro Patrick Beverley. El base viene de jugar uno de sus mejores partidos con los Clippers. 14 puntos, 16 rebotes, 7 asistencias y 4 triples (de 7 intentos), algunos de talla decisiva para poder ganar a los Celtics, como el que metió en los últimos compases del choque. Beverley aprovechó la estrecha vigilancia de la defensa verde sobre Kawhi Leonard y Paul George para apuntarse tantos pocas veces vistos en su juego. Esa puede ser una de las claves en la temporada de su equipo, de hecho, que quienes no son superestrellas puedan aprovechar el hueco que dejan las defensas a sus dos grandes líderes.
En este caso, a lo que vamos es que sus grandes números ante Boston no son justificación para que Patrick olvide cuál es su santo y seña en la NBA. Y en la vida. Él viene de abajo, de las catacumbas, debutó en la NBA con 24 años, procede de las calles de Chicago (su ciudad natal) y su estilo de hacer las cosas está lejos de cualquier nebulosa de millonario deportista de élite.
Por eso (es puro temperamento también fuera de la pista), Beverley no tiene problema en contestar que probablemente hubiera sido traficante de drogas si no estuviera jugando en la NBA.
A la pregunta de qué otra vida o profesión hubiera elegido si no hubiera caído en el deporte profesional, Beverley humedeció su lengua con la mayor sinceridad (y extravagancia) posible. “Probablemente hubiera sido el mejor traficante de drogas del mundo”, pudo responder, en declaraciones para Ohm Youngmisuk, de ESPN.
Y no sin añadir después la justificación de tan desproporcionado comentario. “Era el baloncesto o vender droga”, ampliaba un Beverley que creció en los barrios humildes de Chicago, donde algunos de sus amigos de infancia sí hicieron carrera como correveidiles de las sustancias prohibidas. “Tienes bocas que alimentar, ¿sabes? Viniendo de donde yo vengo, yo no tuve el lujo de tener un fondo (económico) de confianza. O dinero de generaciones atrás. O el lujo de tener saltar a un negocio familiar, ¿sabes?”, seguía explicando Patrick Beverley.
En la pista y fuera de ella el base de los Clippers sigue siendo el joven que salió de las calles de Chicago para probar suerte, como perro de presa, en los Houston Rockets. La jugada le salió de manera bastante diestra y ahora su autocontrol empieza también a evolucionar, a marcha reducida, como se encarga de exigirle su entrenador, Doc Rivers. A los 31 años, todo sea dicho, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Y no es menos cierto que Beverley nunca dejará de ser sí mismo, por mucha literatura de auto-ayuda que Doc quiera enseñarle.
(Fotografía de portada: Katharine Lotze/Getty Images)
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