Querido Kobe,
Nunca fue tan difícil arrancar una semana como lo está siendo hoy. Me despierto todavía tembloroso, con un nudo en la garganta. Quiero pensar que todo ha sido un sueño. Una cruel representación de los temores más oscuros de mi subconsciente y que este miércoles, cuando entre en el NBA League Pass para disfrutar del duelo angelino, volveré a ver tu sonrisa en la primera fila del Staples Center. Abro Twitter y lo primero en lo que me fijo es un vídeo a modo de homenaje titulado ‘Dear Kobe’. Siento una opresión en el pecho. Los ojos se me vuelven a llenar de lágrimas. Para todas esas personas como yo que nos enamoramos de este deporte por ti, ha muerto el baloncesto. Viviste siempre demasiado rápido. Y así de deprisa te fuiste.
Mi primer recuerdo juntos fue hace 20 años. Llevabas en tus brazos tu primer campeonato. Un tímido peinado afro cubría tu coronilla mientras aparecías sonriente al lado de Shaquille O’Neal. Un año después, otro título. Pero esta vez la instantánea era completamente diferente: estabas sentado en el vestuario con un grueso abrigo púrpura y el semblante triste. Sin Shaq a tu lado. Porque, para bien o para mal, siempre diste lo mejor de ti. Y exigías lo mismo de los demás. Te regías por tus propias normas y nunca desististe en tu empeño de crecer y crecer. Mejorar y mejorar. Nada ni nadie pudo contigo. Ni siquiera tu puñetero tendón de Aquiles pudo frenar tu determinación y pasión por este deporte. Eras un estudioso del baloncesto que explicó con hechos mejor que nadie que el talento sin esfuerzo y trabajo no es nada en absoluto. Polvo. Humo. Un afán de superación casi enfermizo que sirvió para que escribieras tu propio legado deportivo sobre las canchas de la NBA, aunque finalmente este ha llegado mucho más allá.
Porque muchos crecimos queriendo ser Kobe Bryant. James Harden corría cada tarde a su casa para verte jugar. Stephen Curry descolgó su teléfono en numerosas ocasiones en busca de tus consejos mientras los Warriors hacían historia. Joel Embiid cogió una pelota de baloncesto por primera vez tras verte en las Finales de 2010. Incluso LeBron James se fijó en ti para ser quien hoy en día es. Todos hemos querido ser Kobe Bryant. Podéis reíros, pero incluso yo, un simple redactor más que hoy escribirá un artículo más de tantos en tu honor, he querido ser Kobe Bryant. Y por momentos creí serlo. No miento.
En 2003 cayó en mis manos la demo del NBA Live 2003. Si, aquella edición con Jason Kidd en portada cuando EA Sports aún reinaba en la industria. Una versión muy limitada en la que solo podías seleccionar a los Lakers o a los Nets. No sabes bien la de horas y horas que dediqué a vestir la camiseta oro y púrpura mientras el balón caía en mis (tus) manos para posteriormente encarar el aro rival con la elegancia y determinación que tú tenías. Una y otra y otra vez. No puedo mentirte. Alguna que otra ocasión mudé la vestimenta para saber qué se sentía Jason Kidd, pero siempre guiñándote el ojo en cada posesión. Así dio comienzo un largo romance que se prolongaría en las sucesivas ediciones del videojuego. Días y días construyendo mi propia dinastía mientras el ‘8’ y el ‘24’ lucían en mi espalda. Días y días, ya en el mundo real, enfrentándome a un rival imaginario, como tú tantas veces hacías antes y después de los entrenamientos pese a que Shaq te tomaba por loco, antes de lanzar a canasta mientras notaba la presión del reloj de posesión, también imaginario, en mi mente. “3…2…1… It’s in! Unbelievable!” ¡Está dentro! ¡Los Lakers ganan otro campeonato! No me sonrojo al admitirlo. Y no me puedes engañar. Sé que tú también lo has hecho.
Pese a dominar el juego, nunca logré igualar tus mayores hazañas. Ni siquiera acercarme ligeramente. Aquellos 81 puntos ante los Raptors, los 62 tantos ante los Mavericks en tres cuartos o aquel último baile ante Utah en tu partido de despedida. Nunca me importó tan poco trasnochar. Lo haría mil veces más, te lo juro. Aquella noche todos nuestros ojos estuvieron posados sobre ti y volvimos a sentirnos Kobe Bryant pese al profundo dolor que nos causaba tu adiós a la NBA. Un dolor que no tiene ni punto de comparación con el que siento hoy. Cómo desearía volver a verte una vez más sobre la pista. Tan solo una vez. Aunque sea un lanzamiento más. Con tu uniforme amarillo. Tu mirada asesina. Tus pies despegándose del suelo para anotar sobre la bocina el tiro ganador. Tu grito de rabia apretando con furia el puño. Tus manos abiertas hacia el cielo. El mismo cielo que abre las puertas para recibirte. Allá arriba, si alguien no te reconoce, recuérdale el número de campeonatos que tienes, como hiciste una vez en Dallas.
Querido Kobe, te has ido demasiado pronto. Siempre dijiste que querías que te recordáramos como una persona que cumplió con creces y que exprimió hasta la última gota de ti mismo. Yo te respondo lo siguiente: fuiste lo más cercano a Michael Jordan que ha habido nunca. Se me hace muy difícil cerrar estas líneas. Las despedidas son dolorosas. Más aún si son para siempre. Hay tanto que todavía me gustaría decirte… pero debes partir. Me despido con la frase que tú mismo nos regalaste: “Lo más importante es inspirar a las personas, para que ellos puedan ser grandes en lo que sea que quieran hacer.”
Y tú lo has hecho, Kobe. Gracias por tanto. Gracias por todo.
(Fotografía de portada de Sean M. Haffey/Getty Images)
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