Una realidad, mucha incertidumbre y un puñado de alternativas.
La realidad, bien perra ella, se desenrosca como una pandemia sin precedentes en nuestro mundo global. Nuestro pangea tecnológico, contaminado y moderno; de hace un tiempo cojo y por momentos tuerto.
Una crisis sanitaria que está condicionando (y va a condicionar) como nunca antes la vida y rutina de las personas, instituciones y demás entes sociales, políticos y empresariales.
Un desastre que está sacando a relucir lo mejor y también lo peor de nuestra raza.
Una lucha ante la que nuestra especie está (sobradamente) dotada para ganar, pero cuyo patético ego y complejo de Risto de unos cuantos (lonely jogging… rotondas atestadas de palurdos y sombrillas de playa… trenes esperpénticamente llenos… líderes do Governo en su mundo de Narnia) se empeñan en hacernos perder.
‘Treintaytantos’
Los 30 días de parón inicial que implantó Adam Silver como reacción inicial al positivo de Rudy Gobert se han convertido, parece, en 90. Tres meses sin NBA en el mejor y más plausible de los casos. A algunos os parecerá excesivo, a otros insuficiente; prudencia e ignorancia, a mí me invitan (en esto al menos) a no opinar.
Lo que haré, en cualquier caso, será jugar bajo este contexto. Este borrador de crisis y anormalidad baloncestística que de forma preliminar la NBA estima en tres meses de aislamiento y pijama, y ver cuáles nacen como las distintas formas de afrontarlo y, en la modesta postura de quien escribe (aquí si me voy a mojar), la que se erige, entre todas ellas, como ‘la mejor’ opción.
No a los JJOO: un respiro
Amenazaba con resistir más que 007 en Casino Royale (fan del BDSM escrotal), pero finalmente el Comité de Japón también se ha doblegado a los hechos: los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 no se celebrarán este verano, lo que nos pone aún más en bandeja el escenario de salvar una temporada NBA que varios se empeñan en herir de muerte y que, sin embargo —en la jerga imperante, si me permitís la frivolidad–, puede salir de esta sin respirador ni pasar por la UCI.
El gran dilema y la principal pregunta que os lanzo (y a continuación yo mismo trato de afrontar) es:
¿Qué tiene más sentido, acortar con mucha antelación una temporada que no ha empezado, o guillotinar otra que afronta ya su último periodo?
Antecedentes: los lockout
Viajemos brevemente al pasado (más en detalle al volante de Miguel Gaitán). Con la huelga del año 2011, la NBA vivía el que era ya el cuarto cierre patronal dentro su corta historia, aunque sólo el segundo con un impacto real en el calendario (el de 1995 se alargó durante todo el verano pero llegó a buen puerto antes del arranque natural de la regular season; el de 1996, una anécdota casi, quedó resuelto en cuestión de horas).
1998 y 2011 fueron los dos grandes motines que tuvo que capear David Stern, quedando estos finalmente reducidos a una fase regular de 50 y 66 partidos respectivamente, con el primero de ellos no reanudándose hasta el estertor de enero y quedándose la Liga, por primera vez en décadas, sin su bienamado All-Star.
Los motivos de estas campañas atípicas fueron, en todos sus casos, de índole laboral. Del reparto del pastel. La panoja, vamos.
Los tres goznes sobre los que se arrastra nuestra existencia –poder, sexo y dinero– tienen por fea costumbre dar por subsumida la neutralidad de un puente levadizo que, en estas horas oscuras, amenaza con no querer bajar: la salud. Latir imprescindible de toda cacerolada, chirigota, feria, calçotada o perol posterior.
Así pues, que digo yo, que si por un porcentaje algo más suculento de los BRI (Basketball Related Income) se puede paralizar/congelar indefinidamente una liga, por ultimátum de salud mundial no es tan loco hacer lo mismo.
En términos prácticos, queda visto, acortar y empezar el curso baloncestístico con dos, tres, incluso cuatro meses de ‘lag’, es viable. Pero lo que a mí realmente me importa no es tanto la viabilidad del meollo, sino la justicia.
Control dentro del descontrol
Vamoh a vé.
Cuando cada una de las treinta franquicias planifica su temporada, lo hace con un gasto salarial dado, una plantilla dada, un calendario dado, unas expectativas dadas, incluso un imaginario de lesiones más o menos dado.
El Remaining Schedule Strength que tanto nos gusta y al que tantas veces hemos aludido en las últimas semanas fruto de la hermosa batalla que se venía dando en el Oeste en su zona media (Memphis, NOLA, Portland, Spurs, Kings, Suns), es una variable con la que los equipos no solamente juegan desde el principio, sino con la que, además, tienen todo el derecho a jugar.
Asumir que hay tramos del año en los que se van a arrancar menos victorias que en otros (ya sea por las rutas en carretera, por congestión de back-to-backs o porque tu prometedor rookie estará rindiendo a mayor nivel en marzo que en octubre) es un cálculo legítimo y que todos tienen derecho a reivindicar. Una temporada dada dentro de un marco: amplio, flexible, con sus chaparrones y sus putadas, sí, pero también dado.
El coronavirus y su actual apocalipsis, –surprise, mtf***!–no entra dentro de ese marco.
A mi modo de ver, no resulta ecuánime premiar a los Grizzlies –por haber firmado hasta la fecha una temporada sorpresiva y fulgurante– con un carpetazo tempranero a la temporada regular, si a su vez no damos a NOLA y a su recién desembalado Zion Williamson (o a los Kings y su buen ritmo de últimamente) la oportunidad de darles caza.
Jodidos como estamos y contando con que habrá cosas que no serán iguales superado el largo parón (las fechas en sí mismas, pérdida de condición física, impacto psicológico…), las decisiones de ahora deben tomarse en la dirección de seguir ensanchando lo menos posible esta horquilla de desigualdad. De injusticia. Es decir, ceñirnos todo lo firme que sea posible al ceteris paribus.
Y es por eso considero que disputar la totalidad de los partidos restantes de fase regular, debe abordarse como una prioridad absoluta para Adam Silver y demás órganos decisores de la NBA.
Fase regular, no; playoffs, sí
Por otra parte, y como corolario de esto, plantear unos playoffs reducidos (al mejor de 5 en lugar de al mejor de 7, por ejemplo), nos permite trazar un nuevo escenario de ‘injusticia ad hoc’ mucho menor y, por lo tanto, mejor.
Cada temporada, una vez concluidos los 1.230 duelos del calendario regular, el cuentakilómetros vuelve a colocarse a cero, y los equipos recogen la cosecha de la regular season, tanto los descartados (en cuanto a sus probabilidades en el bombo del draft) como los clasificados (rivales a batir, factor cancha…).
La equidad la zarandearíamos bastante menos, no me cabe duda, con unas eliminatorias a partidos reducidos —que todos los aspirantes conocerían de antemano— que si, en lugar de ello, nos ventilamos toda (o parte) de la temporada regular que aún queda por disputar así, de una tacada.
NBA March Madness
Con este enfoque de justicia retributiva, ya de paso, creo dejar clara mi postura respecto de la solución que nos plantaba hace unos días el guard de los Brookyn Nets, Spencer Dinwiddie.
Su march madness adaptado: audaz, elegante, ingenioso… pero, a todas luces, enormemente injusto, premiando en especial a los que en ningún momento del año han hecho los méritos ni cumplido los mínimos para merecer, siquiera, una remota y descabellada opción de ganar el anillo.
¿Acabar fatal o empezar mal?
Ahora bien, asumida esta paralización, lo siguiente que me parece ingenuo, de ser verdad —tanto por pensarlo como por desvelarlo—, es el rumor de marcar el 7 de septiembre (o el 19, el día me daría lo mismo) como fecha para disputar el último envite de las Finales del curso 2019-20.
En primer lugar, por lo anteriormente expuesto: evidentemente, mientras más tarde finalicemos la campaña que se mantiene en stand by, más se demorará el arranque de la próxima (draft, pretemporada, etc.); pero como hemos visto antes gracias al lockout, ya nos enfrentamos en el pasado a un caso en el que la temporada no se inició hasta enero. Y la Tierra siguió girando.
En segundo lugar, porque puestos a terminar la temporada fuera de fecha, la terminamos bien.
Como ya explicamos aquí, disputar todo lo que resta del actual curso sin saltarnos nada (es decir, los encuentros restantes de regular season más los playoffs) y terminar para el mencionado 7 de septiembre, implicaría reanudar la NBA a principios de julio: algo, pongo la mano en el fuego, absolutamente improbable por no decir imposible. Además de insensato.
El coronavirus recién desembarca en América, y mientras en la franja latina la preocupación por un contagio descontrolado y unas líneas de defensa (a nivel sanitario) incapaces de contenerlo, está justificada, los henchidos Estados Unidos de América son ya (a fecha 26 de marzo), con 48.000 infectados contabilizados, el tercer país en número de contagios.
Le quedan todavía muchas etapas a este Camino de Santiago como para aventurarse con julio como mes (prudente) de reanudación.
Pero aún de darse el even in our best, y con las medidas de enclaustramiento masivo dando sus frutos como en Wuhán, precipitarse fijando una fecha preliminar de finalización de esta temporada en lugar de pensar en aplazar (¡cuánto haga falta!) el inicio de la siguiente, no puedo verlo sino como una irresponsabilidad manifiesta: sanitaria, baloncestística y equitativa.
Queridos nbamaniacos, bien está lo que bien acaba. Tomar atajos sería un error con el poder de desvirtuar la totalidad del sendero. Demos un plácido rodeo, que ya habrá tiempo de sobra para organizar la siguiente temporada retocando, cuanto sea preciso, el reloj de posesión.
Hay demasiadas sartenes al fuego cerca de su punto óptimo de cocción como para eludir responsabilidades y permitir que su interior se queme (el combate del MVP, Zion a la caza de Morant en el ROY, sprint final por playoffs, récord final de los Bucks, estadísticas totales tras los 82 partidos a punto de miel…).
Hasta pronto
Bilbo Bolsón, a sus 124 años y con esta letra, cantaba –mirada perdida, desde la ventana de su rincón de Rivendel– a su querido sobrino Frodo, en vísperas de que éste emprendiera con el resto de la Compañía su viaje hacia Sur, rumbo al Monte del Destino, para destruir el anillo de poder.
Me siento junto al fuego y pienso
en todo lo que he visto,
en flores silvestres y mariposas
de veranos que han sido.
En hojas amarillas y telarañas,
en otoños que fueron,
la niebla en la mañana, el sol de plata,
y el viento en mis cabellos.
Me siento junto al fuego y pienso
cómo el mundo será,
cuando llegue el invierno sin una primavera
que yo pueda mirar.
Pues hay todavía tantas cosas
que yo jamás he visto:
en todos los bosques y primaveras
hay un verde distinto.
Me siento junto al fuego y pienso
en las gentes del ayer,
y en gentes que verán un mundo
que no conoceré.
Y mientras estoy aquí sentado
pensando en otras épocas
espero oír unos pasos que vuelven
y voces en la puerta.
Este poema –interpretado majestuosamente por Pepe Mediavilla–ha vuelto a mis manos en estos días lentos y amargos, como una carta de aquellas que llegaban, no sé ni como, al frente de batalla en épocas mucho más hostiles que la que nos está tocando vivir.
En la fría soledad de la trinchera, con todo el tiempo del mundo incluso para aborrecer tus propios pensamientos, mientras esperas una señal, una orden, un disparo o una muerte que nunca llega, solo el sueño de un regreso a casa grabado en esas palabras de esperanza, funcionaba como el coraje capaz de alentar a los soldados a resistir.
La NBA volverá, pero ahora, en su ausencia, es un buen momento para valorar todo lo que nos estamos perdiendo. Precisamente ese tramo final, tan anodino a veces, donde ya poco queda en juego y solo ansiamos que termine cuanto antes para que den el pistoletazo a los playoffs.
A diferencia de Bilbo antes de embarcarse rumbo a Tierras Imperecederas, a nosotros, la salud lo quiera, nos quedan muchas seasons por ver en esta vida mortal.
Quizás, un inicio de abril menos descafeinado que nunca en pleno verano. Quizás, un 2020-21 corto pero intenso. Y luego, también quizás, temporadas y temporadas de primaveras preciosas, normales y absolutamente corrientes.
(Fotografía de portada de Patrick Smith/Getty Images)
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