El documental The Last Dance está calentando brasas que permanecían dormidas desde la década de los 90. En el tercer episodio se hace especial referencia a la batalla campal que Detroit Pistons y Chicago Bulls mantuvieron entre 1988 y 1991 por la supremacía en la Conferencia Este.
Michael Jordan llegó a manifestar durante la filmación que tanto antes como ahora sus sentimientos hacia su némesis resultan muy potentes. “Les odiaba. Y ese odio ha llegado hasta el día de hoy”.
Tampoco han contenido demasiado la lengua desde la facción de Michigan. Isiah Thomas, por ejemplo, ha llegado a poner asteriscos al linaje de Jordan como mejor jugador de la historia.
Otro de los ilustres de aquellos Pistons campeones (en el 89 y el 90), Bill Laimbeer, aprovechó la marea del documental sobre Chicago para empoderar su opinión al respecto de las críticas de Jordan y de los Bulls.
“Estuvieron un año y medio quejándose y llorando sobre lo malos que éramos para el baloncesto; pero más importante, (los Bulls) dijeron que éramos malas personas. No éramos mala gente. Solo jugadores de baloncesto ganando y esto me molesta realmente porque ellos no sabían quiénes éramos como personas o en nuestra familia”, podía manifestar Laimbeer en declaraciones para el portal CBS Sports.
Cómo no recordarle en aquella primera edición de los Bad Boys de Detroit. Bill Laimbeer ejerció de primer oficial de Chuck Daly e Isiah Thomas. No estaba exento de técnica, pues demostró ciertas dotes en lanzamientos lejanos en una época en la que los pívots no se prodigaban tanto en valores de tres puntos.
Laimbeer es célebre docente en la asignatura del juego duro de los 80. Dentro de un cuerpo de 2,11 metros ejecutó las maniobras menos benévolas, las más físicas e intrusivas, de los Pistons campeones. Su rudo estilo, a veces agresivo, era reprobado por media Liga; aunque sin duda fue componente indivisible de un equipo que marcó época. Y no acepta las réplicas de los Bulls que después resultarían campeones.
“Por todo lo que se quejaron, no quise darles la mano (en los playoffs de 1991). Ellos eran unos llorones. Ganaron las series. Se les dio crédito. Nosotros nos hicimos mayores, ellos nos superaron. Pero ya es suficiente, que pasen página”. alegaba Laimbeer.
Lo importante, ganar
El expívot defendió desde siempre que sus Pistons se empleaban con un estilo intenso pero que eso no les convertía en peores jugadores y personas que el resto. Era, simplemente, su manera de ganar.
“¿Por qué tendría que pedir perdón ahora? No me importa lo que diga la prensa sobre mí. Nunca me importó. Yo me preocupaba por ganar partidos y por ganar campeonatos y hacía lo que tuviera que hacer para llegar a nuestro mejor nivel. Y lo hicimos. Al final, fuimos campeones”, agregaba el ilustre Laimbeer.
Más napalm para la guerra dialéctica que desde tiempos inmemoriales condena los actos entre Bulls y Pistons. Unos siguen insistiendo en su presunción de inocencia y los otros se niegan a perdonar métodos que les hicieron besar la lona.
(Fotografía de portada: Rick Stewart/Getty Images)
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