Había sido suficiente. Los Bulls habían cerrado un horrible mes de febrero con apenas dos victorias. El equipo no alcanzaba los playoffs desde 1981 y la sorprendente irrupción de Michael Jordan parecía insuficiente para revertir la situación. Jerry Reinsdorf levantó el teléfono. Sabía que la voz que se encontraba al otro lado de la línea era la única capaz de poner orden en aquella franquicia que había comprado hacia apenas un mes.
“Te necesito a las ocho de la mañana”, le espetó nada más atender la llamada. “¿Necesitas algo para los White Sox?”, devolvió la voz de su interlocutor. Reinsdorf, nuevo propietario de los Bulls, también lo era del equipo de béisbol de Chicago desde 1981. “No, quiero que trabajes con los Bulls.”
Al día siguiente, Reinsdorf fue directo al grano: “¿Qué harías si pudieras controlar a los Bulls?” Jerry Krause no esperaba un ofrecimiento tan ambicioso pero presentó su plan, que no era muy diferente al que había intentado implementar diez años atrás. En aquella ocasión, había querido construir un proyecto alrededor de Robert Parish, pero su propuesta se fue al traste tras una controversia en la contratación de un head coach. Krause negoció con Ray Meyer, entrenador en DePaul. Sin embargo, la directiva quería un perfil más joven y con experiencia en la NBA. La situación se zanjó sin éxito para Krause: los propietarios Arthur Wirtz y Jonathan Kovler vetaron el fichaje de Meyer, seleccionaron a Scott May en la segunda posición del draft de 1976 en lugar de Parish (elegido por los Warriors con el octavo pick) y despidieron a Krause tras dos meses en el cargo.
Pero ahora estaba ante una nueva oportunidad de demostrar su valía. Primero, limpiaría el roster de jugadores veteranos hastiados. “Teníamos demasiados Ford cobrando como si fueran un Cadillac”, declaró Krause. En segundo lugar, construiría una nueva plantilla mediante jóvenes y el draft. Nada de agentes libres. Después de todo, él era un scout: el draft era su fuerza. Ya había trabajado como scout en los Chicago Packers a principios de los 60 y, casi una década después, en los propios Bulls. Lo primero que quería era un tipo duro. Un perfil alto, rocoso, que pudiera pelear en la zona y capturar muchos rebotes. El Robert Parish que se le había negado en su momento. Luego reclutaría jugadores rápidos, con brazos largos y habilidad para descargar una parte de la responsabilidad anotadora de Jordan. Y todos ellos debían ser personajes ejemplares sin ningún tipo de problema extra-deportivo. No quería a nadie que presentara el más mínimo indicio de abuso de alcohol o consumo de drogas. Finalmente, Krause avisó que no respondería a nadie por sus actos, tan solo a Reinsdorf. Poco después, el propietario comunicó su despido a Rod Thorn. “En todos mis años en el negocio solo he tenido que despedir a una persona. No fue fácil.” Jerry Krause era el nuevo general manager.
Tras finalizar la temporada, reemplazó a Kevin Loughery por Stan Albeck, un veterano entrenador con experiencia NBA en Cleveland, San Antonio y Nueva Jersey. Además, traspasó a Dave Greenwood a San Antonio a cambio de la última temporada de George Gervin en la NBA, firmó a Kyle Macy como agente libre y logró los derechos de Charles Oakley, seleccionado por los Cavaliers en la novena posición del draft de 1985.
Sin embargo, aquella primera temporada estaría marcada por un suceso que despertaría la polémica e irreparable relación estructural que se prolongaría durante más de una década. Aquella campaña fue la de la lesión de Jordan, sus entrenamientos en Carolina del Norte a espaldas de la franquicia y su frustración ante la limitación de minutos exigida desde la cúpula. “Podría haber arruinado su carrera. No valía la pena correr ese riesgo”, afirmaría el ejecutivo. Por si fuera poco, Dave Corzine, el pívot titular, se rompería la mano y su recambio, Jawann Oldham también caería lesionado tras un golpe en la cara.
Ante la mala publicidad y la presión externa de Jordan a través de la prensa, Reinsdorf cedió y acordó una limitación de 28 minutos por partido. Pese a la conquista obtenido, esta solución frustró a Jordan, quien acusó a la gerencia de querer perder para obtener una mayor selección en el draft. La situación terminó de explotar el 3 de abril en Indiana. Liderados por Jordan, los Bulls se pusieron a solo un punto de los Pacers con 31 segundos por jugarse y los playoffs en juego. El escolta había cumplido su tiempo en pista y Albeck, obedeciendo órdenes superiores, sentó al jugador. Una canasta de Paxson terminaría por dar la victoria a Chicago, pero la relación entre Jordan y Krause iría cuesta abajo desde entonces. Al final de la temporada, el técnico Albeck fue despedido, decisión que lanzó un gran número de críticas sobre Reinsdorf y Krause.
Muy dañada tras este incidente, la popularidad de Krause disminuyó todavía más tras la celebración del draft de 1986. Todo apuntaba a que la novena selección sería utilizada en Johnny Dawkins, un base eminentemente anotador que había liderado a Duke hasta la final de la NCAA, cayendo a manos de Louisville. Así, los más de 500 aficionados que se habían reunido en el salón de baile del Conrad Hamilton respondieron con abucheos y gritos de incredulidad cuando Jim Durham y Johnny Kerr, locutores de los Bulls, anunciaron la selección de Brad Sellers, máximo reboteador de la Big Ten con la Universidad de Ohio State.
Para apaciguar a la masa enfurecida, Krause insistió en que tenían entre manos la contratación de un jugador tan bueno como Dawkins. Luego se supo que no era otro que Steve Colter, un base que había tenido un discreto protagonismo en Portland y que solo duraría un año en Illinois. La realidad es que Krause nunca había confiado en las capacidades de Dawkins. “Es demasiado frágil. Los jugadores como él no juegan mucho en esta liga. Tienen que atravesar muchas pantallas y bloqueos. Sufren demasiados golpes.” Además, no creía que fuera un base al uso, sino un escolta. Y los Bulls ya tenían en Jordan al mejor shooting-guard de toda la liga.
Los Bulls solo pudieron ganar 40 partidos en la temporada 1986-87 para caer, posteriormente, en primera ronda ante los Celtics. Pero la decepción de Krause no duró mucho: ya tenía entre ceja y ceja un nuevo talento. Y este apuntaba muy alto.
Construyendo el equipo del primer ‘Three-Peat’
“Fui yo quien habló a Jerry sobre Scottie Pippen”, afirmó el cazatalentos Marty Blake. “Hablé a muchos equipos sobre Pippen. Era un jugador desconocido del centro de Arkansas. Les dije que no podían perdérselo. Denle el crédito a Krause. Fue el único que siguió su evolución.” El juego de Pippen durante varios campamentos nacionales atrajo el interés de otros equipos, pero para entonces él ya había urdido su plan a seguir. Los Bulls disponían de los picks 8 y 10 del draft de 1987, pero no estaba seguro de que el alero cayera tan abajo. “Sacramento era el problema. Tenían la sexta selección y sabía que querían a Scottie. Así que empecé a trabajar con los teléfonos.”
A las tres de la mañana del día del draft, Krause llegó a un acuerdo con los Supersonics, que disponían de la quinta selección. Este conllevaba un gran riesgo y para nada aseguraba el elegir a Pippen. “Todo el acuerdo estaba condicionado a si podían elegir al jugador que querían con su pick. Si el jugador que querían estaba disponible, el trato estaba cancelado. En caso contrario, ellos seleccionarían en quinta posición a quien nosotros queríamos y, más tarde, nosotros usaríamos el octavo pick en el jugador que ellos querían. Además, tuvimos que añadir un pick futuro en la operación. Tan pronto los Clippers seleccionaron en cuarta posición a Reggie Williams, me llamaron desde Seattle y me dijeron que el trato seguía en marcha. Ellos querían a Reggie. Cuando les dije que Pippen era nuestro hombre no se lo podían creer. Nadie sabía que queríamos a Pippen.”
Así, Krause logró reclutar al objeto de su deseo y dos puestos más tardes usaba su décimo pick para seleccionar a Horace Grant. Las críticas recopiladas durante los últimos años dieron paso a un baño de elogios desde todos los sectores de la NBA. “Pippen será una superestrella”, declaró Jack McCloskey, el arquitecto de los Bad Boys. “Fue un movimiento brillante. Jugó sus cartas con destreza”, afirmaría Pat Williams, ejecutivo en Orlando.
El golpe de efecto fue instantáneo. Los Bulls sumaron 50 triunfos en 1988 y prepararon un escenario aún mejor en 1989 al traspasar a Charles Oakley por Bill Cartwright, el ‘5’ que tanto habían necesitado durante mucho tiempo. Este movimiento enfureció a Jordan y fue recibido con un gran escepticismo por la afición, pero las críticas se diluirían después de que los Bulls firmaran su mejor actuación hasta el momento en unos playoffs, cayendo en las Finales del Este ante Detroit. Nada más confirmarse la derrota ante los Pistons, una estación de radio local interrumpió su parrilla habitual para transmitir entrevistas en vivo desde los vestuarios de los Bulls. El equipo nunca había alcanzado tanta popularidad. Era un proyecto joven y brillante con tres selecciones de primera ronda en el siguiente draft. Por primera vez en su carrera, Krause comenzó a recibir una prensa favorable.
Sin embargo, el despido de Doug Collins volvió a caldear el ambiente. El técnico se había convertido en la figura más visible y popular del equipo después de Michael Jordan y su salida del equipo situó a Krause, una vez más, en el centro de la diana de prensa y aficionados. No obstante, poco tiempo después salieron a la luz las numerosas tiranteces entre el head coach y los jugadores, a quienes trataba de forma excesivamente autoritaria e, incluso, humillante. “Es una temporada larga y tienes que mantener el ritmo. Pero con Doug comenzó a cuestionarnos demasiado. Incluso el fallar un solo tiro”, declararía Horace Grant.
Cuando los Bulls comenzaron a ganar, todos se olvidaron de Collins. Su sucesor, un devoto del Triángulo Ofensivo que había cumplido funciones de asistente desde 1987, se convertiría en uno de los pilares fundamentales de los éxitos que recopilaría la franquicia en la siguiente década. Bajo una filosofía más serena y tranquila, jóvenes recién llegados como Stacey King y B.J. Armstrong hallaron refugio y generó la confianza de los pesos pesados. Aún así, el equipo no carburó de todo a causa de un banquillo poco productivo. Nuevamente, las culpas recayeron sobre Krause. Los aficionados pedían un veterano a la altura del Bill Walton de Boston de 1986 o los Bob McAdoo y Mychal Thompson de Los Ángeles. Pero Krause se mantuvo firme y no realizó ni un solo movimiento antes de la fecha límite de febrero. “No hay que hacer traspasos por hacer. Tienes que pensar en la química de tu equipo. Estamos desarrollando jugadores jóvenes. No seleccioné a estos muchachos para verlos sentados. Su desarrollo lleva tiempo. Los Pistons no se convirtieron en campeones de la noche a la mañana. Seleccionaron a Isiah Thomas en 1981. En 1986 eran mediocres. Les llevó siete años construir un equipo campeón.” Una de sus premisas fue no hacer caso de lo que se decía sobre él o las críticas a su trabajo. Menos todavía si estas procedían de los aficionados. “Así son las personas. No puedo dejar que sus críticas me distraigan de mi objetivo, que es ganar un anillo. Significaría algo muy especial para mí ganar un campeonato en esta ciudad. Crecí aquí. Tengo a mi padre enterrado aquí. Quiero ganar uno para él. Quiero ganar uno para mi esposa y mi familia; también quiero ganar por Karen Stack, mi asistenta principal; por todas las personas de la oficina principal, por Jerry Reinsdorf. Por todos los antiguos scouts que nunca tuvieron su oportunidad.”
Su plegaria sería atendida por partida triple, pues los Bulls conquistarían, tras numerosas decepciones, tres campeonatos consecutivos entre 1991 y 1993. Pero ni siquiera el éxito limó las asperezas entre Jordan y Krause. El escolta llevaba tiempo cortejando a Walter Davis, producto de la Universidad de Carolina del Norte e ídolo de su juventud. Sin embargo, Jerry se había enamorado locamente de Toni Kukoc, designado como el Magic Johnson de los Balcanes. Este interés tampoco sentó nada bien a Pippen, teniendo en cuenta que su salario (750.000 dólares) era muy inferior a lo que Krause había ofrecido al croata (3,5 millones). Así, ambos jugadores trasladaron esta ira a los Juegos Olímpicos de 1992, donde los Estados Unidos barrieron a Croacia con un juego muy duro sobre Kukoc. Aunque el tiempo terminaría por darle la razón a Krause.
Poco a poco fueron atándose cabos. Pippen consiguió su tan ansiada renovación, Kukoc prolongaría su estancia en Europa hasta 1993, Phil Jackson se consolidó como jefe de filas y nadie se acordaba ya de los controvertidos movimientos protagonizados por el general manager. Entonces, Michael Jordan sacudió la NBA tras anunciar su retirada. Y Krause se vio obligado a empezar casi de cero. La renovación del proyecto fue casi completo.
La temporada 1994-95 presentó novedades sustanciales. Horace Grant había hecho las maletas rumbo a Orlando para unirse al prometedor proyecto liderado por Shaquille O’Neal y Penny Hardaway. Ron Harper fue uno de los elegidos por Krause para mitigar la estampida general y Toni Kukoc se vio obligado a actuar como ‘4’, acompañado en la pintura por Will Perdue, mientras Luc Longley y Steve Kerr esperaban sus minutos desde el banquillo.
El 18 de marzo de 1995, Jordan enviaba el fax más conocido de la historia del deporte y anunciaba su regreso a las canchas de la liga. Sin embargo, aquellos Bulls no estaban preparados para hacer frente a las potencias de la Conferencia Este y el escolta demostró necesitar una preparación mayor para optar a las cotas de antaño. Los años 1994 y 1995 se saldaron con sendas eliminaciones en Semifinales de Conferencia a manos de Knicks y Magic, respectivamente.
“Mi trabajo era hacer todo lo posible para ganar”. Krause sabía que era necesario mover ficha para completar este precepto. Y halló petróleo en San Antonio, donde estaban hasta las narices de Dennis Rodman. Una apuesta de riesgo pero necesaria para hacer frente a los grandes juegos interiores que dominaban la NBA. Gregg Popovich quería librarse de él a toda costa y Krause envió a Will Purdue y los derechos de Larry Kristkowiak a los Spurs a cambio del ‘Gusano’.
El último baile y caída de la dinastía
Los Bulls repitieron triplete pero la relación interna de los máximos exponentes de aquel equipo era una auténtica bomba de relojería. La columna vertebral del roster era inamovible y Krause se limitó a hacer pequeñas adquisiciones tales como Bison Dele, Robert Parish, Jack Haley, John Salley o Scott Burrell. Cada verano se convertía en un culebrón en el que el papel de antagonista recaía sobre la figura de Krause.
Así, el inevitable final se precipitó en el periodo estival de 1997. Krause anunció que Phil Jackson no continuaría en el equipo tras la temporada 1997-98 “aunque firmara un 82-0” y adelantó a Tim Floyd como nuevo entrenador. Paralelamente, puso sobre la mesa a Scottie Pippen a cambio de los picks número 3 y 6 de Boston con el fin de reclutar a Tracy McGrady. La operación fue vetada por Jordan. Así, el ’23’ expresó su intención a la directiva de no seguir en el equipo si Phil Jackson se iba. “El dinero no me mantendrá aquí. Nunca. Se necesitan cambios. Cambiar de general manager. Que Phil sea gerente general y entrenador. ¿Krause? No quiero comenzar una guerra. Solo diré que a veces es difícil trabajar para una organización que no muestra el mismo tipo de lealtad hacia ti que tú muestras por ella.” Pippen, a su vez, vinculó su decisión a lo que pasara con sus dos inseparables compañeros. “La relación entre Krause y yo es de odio. Traspaso o Krause. Podrían enviarme a cualquier parte que ningún lugar sería tan malo como este.” Y así hasta caer todas las piezas, una tras otra.
En efecto, los Bulls sumaron su sexto campeonato en ocho años. Toda la ciudad de Chicago se volcó rogando a sus estrellas que meditaran su postura y que prolongaran su estancia en la franquicia un año más. Pero Krause se cerró en banda, imposibilitando que Jordan y compañía lucharan por revalidar el título. Los pocos defensores que le quedaban desaparecieron a causa de aquella inamovible postura. En el documenta ‘The Last Dance’, Jordan admitió que la posibilidad de jugar un año más estuvo sobre la mesa. “Habríamos firmado un contrato de un año. Pero Krause había adelantado que Phil no seguiría. Así que cuando Phil dijo que era el último baile, era el último baile.” Sin embargo, el general manager quiso anteponer la estabilidad a largo plazo sobre la posibilidad de un nuevo anillo. La edad, el cansancio, la inestabilidad financiera, el ansia de reconocimiento y cierta dosis de orgullo imposibilitaron esta prórroga. “¿Quién puso fin a la dinastía? ¿Nosotros? ¿O la edad, el desgaste natural de los jugadores de la NBA y las reglas sobre el tope salarial que rigen el juego?”
Así, el puzzle terminó por desintegrarse. Michael Jordan anunciaría su segunda retirada un 13 de enero de 1999 dentro del marco del lockout que azotó a la NBA aquella temporada. Scottie Pippen sería traspasado a los Rockets a cambio de Roy Rogers y una segunda ronda del draft. Dennis Rodman firmaría por los Lakers y Steve Kerr y Luc Longley recalarían en San Antonio y Phoenix, respectivamente, vía traspaso. Era definitivo. El, para muchos, mejor equipo de todos los tiempos había desaparecido de la faz de la tierra en apenas un par de semanas.
Jerry Krause mantendría su puesto hasta 2003 pero su magia no le acompañaría en sus últimos años en el equipo. Lo intentó de todas las formas posibles. Elton Brand, Jay Williams, Tyson Chandler, Ron Artest, Jamal Crawford y Marcus Fizer fueron algunos de los nombres que recalaron en el United Center entre 1998 y 2003. Pero ninguno de ellos fue capaz de devolver el éxito a los Bulls. Ni siquiera un sitio en playoffs. Así, Krause presentó su dimisión en 2003 con la estela desastrosa de los últimos años y la sensación generalizada de que fue él, y solo él, el culpable de la caída de aquellos maravillosos Bulls. Pero no podemos obviar que él fue el arquitecto de un equipo cuyo extenso legado se ha mantenido inalterable e incontestable hasta nuestros días.
Pocos han vertido sobre su figura el crédito que merece. En cambio, aficionados, periodistas y jugadores disfrutaron maliciosamente de sus errores y de su aspecto. Fue muy criticado por algunas decisiones. Pero también lo fue por su altura, su peso, su vestimenta, su forma de hablar o sus modales. “Si bien es cierto que a Krause y Benny The Bull nunca se les ha visto juntos, descarto todos los rumores de que son la misma criatura”, escribió una vez el columnista de Tribune Bernie Lincicome.
“Soy un hombre solitario”, solía decir Krause. “Durante todos estos años me quedé solo y no hice muchos amigos. Tenía un trabajo que hacer. No puedo preocuparme por lo que la gente dice. La gente es volátil. Cuando estamos ganando, soy ‘el flaco’. La gente se me acerca y me dice: “Jerry, te ves bien, ¿has perdido peso?”. Pero cuando perdemos soy ‘el gordo hijo de p…”. ¿Sabes algo? Yo peso lo mismo. No he subido ni bajado seis libras en años.”
No te preocupes, Jerry. El peso al que ellos se refieren es el que has tenido en los éxitos de uno de los mejores equipos deportivos de todos los tiempos. Descanse en paz.
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(Fotografía de portada de Getty Images)
La entrada Serie ‘Despachos NBA’: Jerry Krause, entre el odio y el genio se publicó primero en nbamaniacs.
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