El primer gran ‘boom’ del baloncesto norteamericano se desarrolló en los conocidos como ‘Felices Años 20’. La gran etapa de prosperidad y abundancia coincidió con los vestigios de la Primera Guerra Mundial y muchos empresarios aprovecharon para invertir en aquel deporte de la canasta que tantas miradas había atraído. Pero no fue hasta la década de 1930 cuando el esfuerzo de los propietarios no se centró tanto en fundar mil y un equipos sino en dar forma a los ya existentes y organizarlos alrededor de las primeras competiciones profesionales, prácticamente inexistentes hasta entonces.
Pese a ello, el frenesí nacía del corazón para terminar por naufragar en la cartera. Solo así se comprende que más de 50 equipos distintos pulularan por la NBL y la BAA en los apenas doce años que convivieron por separado. La esperanza media de vida de la gran mayoría no superaba las dos o tres campañas. Pero nueve de ellas, con sus idas y venidas, sus cambios de nombre, propietarios, ubicación e, incluso, liga, han logrado subsistir, de una forma u otra, hasta la actualidad.
Al contrario de lo que muchos piensan, los Lakers no nacieron en Minneápolis, sino en Detroit. Solo que, por aquel entonces, el uniforme del equipo no era amarillo y púrpura, sino blanco y azul, y el nombre que lucía la camiseta no hacía referencia a los ‘mil lagos’ sino al término ‘Gems’. Sin embargo, aquel equipo distó mucho de ser ‘la joya de la Corona’. Última por mucha diferencia de la División Oeste, la plantilla cuajó una de las peores actuaciones en la historia del baloncesto profesional, con apenas cuatro victorias en 44 partidos y una media anotadora inferior a los 50 puntos por velada.
En plena disputa de la temporada, el equipo se trasladó a las pequeñas instalaciones de la High Redeemer High School pues eran incapaces de siquiera maquillar las 6.000 localidades existentes en el gimnasio del Ferndale High School. Aún así, la asistencia a los partidos era mínima pese a reducir el precio de las entradas hasta el irrisorio precio de un dólar y medio.
En 1947, los Gems eran una franquicia condenada a la desaparición. El fundador y propietario, C. King Boring y su principal socio, el dueño de una exitosa joyería que respondía al nombre de Maury Winston, no querían seguir adelante con el proyecto tras aquel estrepitoso fracaso y decidieron deshacerse del equipo. Cuando en su despacho apareció una pareja de empresarios afincados en el estado de Minnesota no dudaron ni un segundo en vender el equipo. Por 15.000 dólares, Ben Berger, dueño de varias salas de cine y cafeterías, y Morris Chalfen, promotor deportivo, trasladaron la franquicia a su ciudad natal, donde sería rebautizada como Minneápolis Lakers, en honor a la tierra de los mil lagos. Por su parte, Boring probaría suerte fundando un nuevo equipo, los Pistons Vagabonds Kings, quienes no llegarían a completar ni una sola temporada en la NBL.
Berger y Chalfen habían logrado un suculento ‘juguete’ a un precio razonable, pero completamente desarbolado. Para cuando cerraron la operación, todos los componentes del equipo habían sido repartidos entre el resto de conjuntos de la NBL. Algunos, como Delbert Loranger, Fred Campbell o Howie McCart, se unieron al nuevo anhelo deportivo de Boring antes de jubilarse. Otros no tuvieron tanta suerte y colgaron las zapatillas inmediatamente. La cuestión es que cuando el dúo aterrizó en Minneápolis tan solo disponían de una plaza en la competición, un nuevo nombre y el poco material que pudieron rescatar de su anterior dueño: un par de balones y unas equipaciones inservibles.
Así, ambos se pusieron manos a las obras y firmaron un primer movimiento que terminaría por traducirse en un gran acierto a todos los niveles. Sobre Chalfen recayó la labor de contratar un jefe de operaciones y rápidamente pensó en Max Winter, un emprendedor y amante del baloncesto que regentaba un conocido restaurante de la ciudad llamado The Club 620, además de ser socio del promotor deportivo Ernie Fliegel. Winter había sido un distinguido jugador universitario en Hamline, St. Paul, y aceptó sin dudarlo. Aquella primera pieza en caer se convertiría en el gran arquitecto de la primera dinastía de la historia de la NBA.
La espantosa trayectoria firmada por su antecesor permitió, curiosamente, los grandes éxitos cosechadas por los herederos: firmar el peor registro de toda la liga facilitó a los Lakers pescar en las aguas revueltas de la Professional Basketball League of America, un capricho por parte de Maurice White, propietario de los Chicago Gears, que se desmoronaría tras menos de un mes de competición. El premio para los Lakers fue la de hacerse con los servicios de George Mikan, a quien ofrecieron un sueldo anual de 12.500 dólares, casi lo mismo que les había costado el equipo. Un gasto que, finalmente, se transformaría en una inversión positiva.
El directivo rodeó a Mikan de jugadores locales y le ‘birló’ a los Stages a Jim Pollard, completando un juego interior colosal para la época. Para el puesto de entrenador apostó por un hombre de la casa: John Kundla, quien había crecido como asistente de Dave Macmillan en la Universidad de Minnesota y que entonces dirigía el banquillo de la Universidad de St. Thomas. Aún así, el técnico rechazó la primera oferta y no fue hasta que le pusieron 6.000 dólares anuales sobre la mesa (el doble de su salario) cuando cambió la NCAA por la NBL.
Este triunvirato estableció un hito que nadie ha podido igualar hasta la actualidad: conquistar tres campeonatos consecutivos en tres competiciones distintas. En 1948 fue la NBL tras vencer a los Rochester Royals en cinco partidos. En 1949 la BAA y, un año después, la primera temporada oficial de la NBA tras la fusión de la NBL y la BAA. La víctima en ambas ocasiones sería la misma: los Syracuse Nationals de un rookie Dolph Schayes. En este último título ya se había unido al equipo Vern Mikkelsen. Tras un pequeño paréntesis, los Lakers sumarían otros tres títulos consecutivos antes de que la irrupción de los St. Louis Hawks y, posteriormente, los Boston Celtics, los alejaran de la gloria durante casi veinte años.
Pese a las cualidades más que contrastadas de Kundla, la magnífica gestión de Winter y el rendimiento colectivo del roster, aquel era el equipo de George Mikan y así lo atestiguaban los resultados y el seguimiento por parte de los aficionados. Es por ello que cuando el pívot se retiró definitivamente en 1956, los Lakers abandonaron rápidamente los primeros puestos de la liga hasta el punto de registrar un nefasto récord de 19-53 en la temporada 1957-58. Al igual que lo ocurrido diez años atrás, el desastre les permitió reclutar una emergente estrella. En el draft de 1958, seleccionaron con el primer pick a Elgin Baylor. Mientras, la asistencia al Minneápolis Auditorium descendía frenéticamente.
Sin embargo, la llegada del producto de la Universidad de Seattle coincidió con unos años convulsos a nivel deportivo e institucional. George Mikan y John Kundla protagonizaron un cambio de roles que convertía al primero en head coach tras tres años como general manager (Winter había abandonado el cargo en 1954) y al segundo en nuevo jefe ejecutivo de operaciones, donde solo duraría dos temporadas. Y, lo más importante, el equipo había dejado de estar en manos de Ben Berger y Morris Chalfen. En febrero de 1957, Berger había acordado la venta de la franquicia a un grupo inversor de Missouri que planeaba trasladar el equipo a Kansas City. Pero antes acordó que este se mantendría en la ciudad si algún empresario o grupo local igualaba la oferta.
Rápidamente se puso en marcha una campaña estatal con el fin de diseñar una corporación que pudiera hacerse cargo de las acciones de la franquicia. Un grupo compuesto por más de cien compañías y personalidades públicas reunió el dinero suficiente y selló el trato con Berger. El abogado local y magnate del transporte camionero, Bob Short, fue la cabeza visible de este conglomerado y fue nombrado presidente de los Lakers. La NBA permanecería en Minneápolis. Al menos por el momento.
Como comentábamos antes, la asistencia había caído en picado y este cambio de mando resultó inútil para solventar la crisis. Ni siquiera una nueva aparición en las Finales de 1959, saldada con una humillante derrota (4-0) ante los Celtics, disparó la venta de entradas. Mientras tanto, los Dodgers de las Grandes Ligas de Béisbol se habían mudado desde Brooklyn al clima más agraciado de Los Ángeles. Un movimiento que se transformaría en un enorme éxito financiero. Short, muy astuto y con una gran visión empresarial, decidió que era hora de hacer las maletas y emular a los Dodgers. Así, los Lakers se convirtieron, en 1960, en el primer equipo de la NBA asentado en la Costa Oeste de Estados Unidos.
Bajo el mando de Elgin Baylor y Jerry West, los Lakers dominaron con autoridad la Conferencia Oeste durante toda la década de los 60. Sin embargo, la hegemonía totalitaria impuesta por los Celtics les dejaría con la miel en los labios en hasta seis ocasiones. Siete, si tenemos en cuenta las Finales de 1970 perdidas ante los Knicks. No sería hasta dos temporadas más tarde, en 1972, cuando los angelinos completarían la venganza ante los neoyorquinos y recuperarían el tan ansiado cetro de campeones casi dos décadas después del último.
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(Fotografía de portada de Harry How/Getty Images)
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