Walter A. Brown era una persona terriblemente tozuda. Quizá no poseía la mente más brillante e innovadora en el mundo empresarial pero sí que disponía de una gran visión para las oportunidades y una autodeterminación tenaz. Cuando algo se le cruzaba entre ceja y ceja no había forma alguna de hacerle desistir. Él hallaría la manera, entre miles de opciones posibles, de alcanzar su meta. Y no le importaba hacerlo solo.
Su historial justificaba su marcada personalidad, así como todas las decisiones tomadas hasta entonces. A sus 40 años había heredado de su padre la gerencia del Boston Garden. Además, era presidente de la Boston Athletic Association y, apenas unos años más tarde, se convertiría en el propietario de los Boston Bruins y presidente de la Federación Internacional de Hockey sobre Hielo. La sangre del deporte corría por sus venas desde el instituto, donde se estableció como un destacado jugador de hockey en la Phillips Exeter Academy. En 1933, ya como entrenador, lideraría a la selección de Estados Unidos a su primera medalla de oro en el Campeonato Mundial de Hockey sobre Hielo. El propio Garden se había convertido en una meca de este deporte pero la conclusión de la II Guerra Mundial había disparado la apuesta multideportiva por parte de los dueños de las principales salas y recintos del país. Y él no iba a ser menos.
Varios empresarios estaban planeando la creación de una nueva liga de baloncesto que pudiera hacer competencia a la National Basketball League. Brown vislumbró una oportunidad de oro y realizó la apuesta de su vida. Un todo o nada. “Estaba preparado para poner todo lo que tenía porque creía en ello”, explicaría su mujer Marjorie. Muchas franquicias abrieron sus puertas a la liga con el apoyo de un sólido y solvente grupo empresarial. Brown quiso hacerlo a su manera, sin ayuda de nadie más. Reunió sus ahorros e hipotecó su casa para obtener el dinero suficiente con el que asegurar una de las once plazas disponibles en la incipiente Basketball Association of America.
Su sueño de regalar a la ciudad de Boston un equipo de baloncesto se había hecho realidad. Y, además, podría llenar los asientos vacíos del Garden durante los meses de descanso entre las temporadas de hockey. Pero este aún no había sido bautizado. El nombre de la franquicia surgió de una conversación trivial entre Brown y Howie McHugh, un miembro del personal de publicidad del Boston Garden. En un momento de la charla empezaron a sugerir varias ideas, entre ellas Whirlwinds, Unicorns y Olympics, pero ninguno terminó de convencer al propietario.
De repente, la chispa se encendió en la mente de Brown. “Esperen, lo tengo, los Celtics. ¡Los llamaremos Boston Celtics”. El propietario continuó, emocionado: “El nombre tiene una gran tradición de baloncesto por los antiguos Original Celtics de Nueva York. Y Boston está llena de irlandeses. ¡Usaremos uniformes verdes y los llamaremos Boston Celtics!” McHugh trató en vano de negociar y disuadir a Brown para ue no utilizara ese nombre, pero Brown no estaba abierto a ningún tipo de discusión o debate y la conversación había finalizado desde el preciso momento en el que el término ‘Celtics’ se deslizó por su mente.
Sin embargo, su desbordante optimismo dio paso rápidamente a un cúmulo de preocupaciones y problemas, principalmente financieros, que amenazaron con echar al traste su empresa nada más arrancar. Gran muestra de este gran socavón estructural fue la profunda disminución de equipos, desde los 17 iniciales a tan solo ocho un lustro después, que sufrió la NBA durante sus primeros años. Cualquier otro propietario habría vendido o desmantelado un equipo tan poco rentable como Celtics, pero Brown aguantó y estiró la situación hasta el extremo. Tanto que hipotecó su casa por segunda vez.
La andadura de los Celtics en la BAA fue desastrosa. El equipo fue incapaz de sumar más de 25 victorias en ninguna de sus primeras cuatro campañas en la liga y al comienzo de cada una de ellas su destino era ocupar el pozo de la tabla. Completamente desesperado, Brown organizó una rueda de prensa tras la conclusión de la temporada 1949-50 en la que fue particularmente honesto y franco. Al poco de dar comienzo la sesión, el propietario se dirigió directamente a los periodistas locales de la ciudad: “Muchachos, ha quedado demostrado que no sé nada de baloncesto. ¿A quién recomendarían que contratase como entrenador” Ni John Russell ni Alvin Julian habían sido capaces de ofrecer resultados positivos y la respuesta del nutrido grupo de prensa no se hizo esperar: Red Auerbach. El técnico estaba libre tras una temporada al frente de los Tri-Cities y Brown cerró su contratación en el acto. Sin saberlo, el dueño de los Celtics había completado la operación que transformaría su equipo en uno de los más exitosos y reconocidos de la historia del deporte profesional.
Brown otorgó plenos poderes a Auerbach, tanto a nivel de despachos como en el banquillo. El primer movimiento importante de Red fue contratar a Bob Cousy. Y no porque quisiera. El base había brillado en Holy Cross College pero su inusual y vanguardista estilo de juego y su baja estatura no lo anunciaban como un suculento premio para los Celtics, que disponían del primer pick del draft de 1950. En su lugar, Auerbach usó su selección en Charlie Share, un ‘gigante’ para la época gracias a sus 211 centímetros de altura. “Necesitamos a un hombre alto. Hombres bajos hay a patadas. Se supone que debo ganar, no hacer caso a lo que digan los aficionados”, sería su respuesta ante el descontento general de la afición, que anhelaba al base, héroe local. Dos puestos más tarde, los Blackhawks Tri-City eligieron a Cousy. Por extraño que parezca, ninguno de ellos jugaría ni un solo partido para el equipo que los reclutaron.
Share firmó con los Waterloo Hawks de la NBPL –un amago de liga profesional que se disolvería en menos de un mes– y Cousy se negaría a mudar al Medio Oeste, siendo contratado por los Chicago Stags. Los de Illinois disfrutarían de una esperanza de vida similar a la NBPL y rápidamente se halló sin equipo. La NBA reaccionó con un pequeño ‘draft de dispersión’ con el fin de buscar un equipo a los tres mejores jugadores de los Stags. Los Knicks, los Warriors y los Celtics fueron los tres equipos invitados a participar en este sorteo y ninguno de ellos quería a Cousy. Los otros dos nombres eran Max Zaslofsky y Andy Phillip. Un sombrero y tres papeletas dictarían sentencia. Menos de un mes después, Cousy se vestía de corto en el debut de temporada de los Celtics en Fort Wayne.
Curiosamente, Charlie Share seguiría un camino muy similar. Quedando patente que nunca vestiría la camiseta de los Celtics, Auerbach protagonizó un movimiento ‘de pillo’ enviándolo a los Pistons a cambio de Bill Sharman. Sharman había sido seleccionado por los Washington Capitols, pero la desaparición del equipo lo hizo recalar en Fort Wayne. Al igual que Cousy en su momento, el jugador se negó a jugar en su nuevo destino y en Boston aprovecharon su rebeldía para cerrar una incorporación que formaría parte de la primera camada de aquellos Celtics de leyenda.
Los de Massachusetts abandonaron su vitola de equipo perdedor para asentarse como un sólido conjunto de playoffs. Esta mejoría ayudó a generar ingresos adicionales cruciales y la incorporación de Lou Pieri, antiguo propietario de los Providence Steamrollers, como socio minoritario alivió la balanza de pagos. Aún así, los problemas financieros no desaparecieron y hubo años en los que el pago de las nóminas se retrasó varios años. Los jugadores confiaban en Brown, quien siempre antepuso los intereses del equipo a los suyos propios, y nunca hubo ni un reproche ante estos atrasos.
A mediados de los años 50, los Celtics ya eran un equipo asentado en la zona noble de la NBA. El tan representativo ‘Leprechaun’ –diseñado, curiosamente, por el hermano de Auerbach, Zang, un reputado dibujante– ondeaba con energía por la División Este a la espera de un pequeño empujón que lo elevara hasta la gloria. Y este llegaría durante el draft de 1956.
Auerbach completó en aquella edición el que, posiblemente, sea el mejor reclutamiento en la historia del draft. Primero utilizó su selección territorial para firmar a Tom Heinsohn. Posteriormente traspasó a Ed Macauley –seis veces All-Star hasta entonces y héroe local en St.Louis– y a Cliff Hagan a los Hawks a cambio de su segundo pick, un tal Bill Russell. Por si fuera poco, reclutó en la 13ª posición a K.C. Jones. La receta solo precisaba de un par de ingredientes y en Boston habían rellenado la despensa al completo.
En 1957, los Celtics conquistaban su primer campeonato y anunciaban el nacimiento de una dinastía que prolongaría su dominio de forma autoritaria durante toda la década de los 60. Lamentablemente, Brown no podría disfrutar de todos estos éxitos. El propietario falleció de forma inesperada en septiembre de 1964 con 59 años de edad. A modo de reconocimiento, la NBA nombró al título de campeón como el Walter A. Brown trophy –actual trofeo Larry O’Brien– y fue inducido en el Hall of Fame de forma póstuma un año después.
Anterior entrega: Los Ángeles Lakers. La serie completa aquí.
(Fotografía de portada de Jim Rogash/Getty Images)
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