No sería porque Michael no llevaba años intentándolo. A él le parecía toda una vida de tropiezos a mayor o menor distancia de la bandera a cuadros; de su verdadero objetivo. Unas veces en primera ronda, otras en semifinales y las de más allá en bruscas luchas de conferencia contra ese ejército llamado Detroit Pistons… El caso es que, por mejor que se empleara, siempre terminaba despeñándose; sacando bandera blanca…
Como ilustre ganador, Michael Jordan había alojado la obsesión de llegar a unas Finales de la NBA desde su ingreso en la competición, en junio de 1984.
Había tenido oportunidad de ir quemando intentos muy rápido, pues en su primer cartucho profesional (1984-85) condujo ya a los Chicago Bulls a unos playoffs que les habían hecho la cobra durante los últimos tres años; y en siete de los últimos nueve. No era Jordan un debutante cualquiera. 28,2 puntos de promedio en su función inaugural y Novato del Año por encima de Hakeem Olajuwon o Charles Barkley. En Illinois habían dado en el clavo con su reclutamiento. MJ había sido elegido en el puesto número 3 del draft para purgar aquellos compases desustanciados de Chicago. Ciertamente, la franquicia llevaba años sin un norte demasiado localizado.
A su llegada, todo empezó a depurarse. Jordan disputó postemporada en cada una de las 13 añadas en las que lució aureola de His Royal Airness en Illinois. Pleno rotundo que estrenó, insistimos, nada más llegar.
Detroit
En los últimos años 80, durante su búsqueda del tesoro hacia unas Finales de la NBA, Michael encontró momentos de auténtica tortura medieval. Especialmente de 1988 a 1990, tres ocasiones en las que se empotró contra las marrulleras embestidas de unos Pistons que querían devorarle vivo. Los Bad Boys. Uno de los ganadores más malhumorados, contundentes y únicos que pudieron poblar la NBA.
Los Bulls aspirantes (aún no habían ganado nada) cayeron hasta en tres temporadas seguidas ante aquella milicia que lideraba Isiah Thomas. Primero en semifinales (4-1) del Este, de manera incontestable en 1988. Al año siguiente, ya en finales de conferencia, el asesinato llegó un peldaño más cerca (4-2); pero casi igual de lejos de las Finales. Decepción que se repetiría al año próximo, esa vez por un pelo (4-3) de distancia. No había manera humana de tumbar a aquellos Pistons… Pero ningún reinado es eterno.
La triple corona de Detroit en el Este caducó y Jordan y sus Bulls la recogieron para el siguiente trienio.
Finales de 1991, ante Lakers
Detroit abdicó con fuga antes del término de las finales del Este incluida. En aquella temporada 1990-91 se arrancó por fin el maleficio. MJ llegaba a unas Finales de la NBA, con 28 años y en su séptima cosecha profesional, después de su exitoso paso por North Carolina (un título de campeón universitario, en 1982).
Sería ante los Lakers, cinco títulos en la última década, y con unas ascuas de Magic Johnson que se resistían a extinguirse. No era ya aquel equipo angelino adalid del Showtime de los 80. No estaba Kareem Abdul-Jabbar, pero sí resistían el propio Magic (31 años), Byron Scott (29), James Worthy (29), Sam Perkins (29) o Vlade Divac (22), reciente adquisición para tapar la jubilación del mayor anotador de todos los tiempos. Había material y edades para organizar todavía una buena escabechina, la que hubiera resultado el sexto anillo de la franquicia desde 1980.
Chicago llegaba a las Finales después de reinar en la Conferencia Este, con autoridad (61-21), por primera vez desde la irrupción de Jordan. Resultaba el estreno de la franquicia por encima de las 60 victorias, número al que los Lakers (58-24) no habían accedido por un margen estrecho. El cuadro angelino se había clasificado tercero de su zona del mapa, con Blazers y Spurs —eliminados por el camino en playoffs— por delante durante la temporada regular.
La ventaja de campo sonreía a Chicago, donde Phil Jackson había debutado en los banquillos la campaña anterior, tras varios años de asistente en los propios Bulls y en New Jersey.
Primer partido de las Finales
Casualmente, el encuentro en el que Jordan estalló con mayor fuerza en anotación (36 puntos) fue el único que perdió su equipo. Arañaban primero la corteza del título los Lakers, que se beneficiaron de unos MJ y Scottie Pippen (19) demasiado abandonados por el resto de compañeros. Ningún otro astado pasó de los 6 puntos. El viejo Magic y compañía enseñaban el paladar en primer lugar.
Hasta ahí pudieron leerse las posibilidades angelinas. A partir de entonces, los intercambios resultaron un partido de frontón en el que los Bulls y Jordan colocaron sus lanzamientos exactamente donde quisieron. Ganaron el resto de veladas por margen generoso.
Los Lakers de Mike Dunleavy —ya no les entrenaba Pat Riley— no encontraron antídoto para las penetraciones, tiros de media distancia, defensa y empuje incansable de Mike. Las artes angelinas naufragaron ante el juego monoteísta de los Bulls. Todo pasaba por Jordan, Pippen y una unidad de apoyo (Horace Grant, Bill Cartwright, John Paxson…) perfectamente provista para sufragar el hambre de sus dos sementales.
Jordan ofreció un recital de ataque detrás de otro. No solo en anotación, también con asistencias. Promedió 11,4 en toda la serie, respirando en la nuca del inalcanzable Johnson (12,4), emperador del servicio especial a canasta. Sencillamente, MJ estuvo imparable. Indescifrable para todo lo que encontró enfrente.
A esa macedonia venenosa de ataque Jordan unió un ansia defensiva inhumana. Terminó la ronda con 31,2 puntos, 6,6 rebotes, 11,4 asistencias, 2,8 robos, 55,8 FG% y 50,0 3PT% (solo cuatro lanzamientos de tres) y promedios de 44 minutos en pista. Era la época en la que se podía plantar al triple y aun así ser, de manera aplastante, el mejor. No en vano, aquella fue la segunda temporada de MVP para Jordan del total de cinco que acabó recogiendo —solo le supera Kareem con seis—.
La de 1991 resultó la versión más inyectada en sangre de Michael Jordan, además apoyado por compañeros como Grant o Paxson que elevaron la velocidad a partir del segundo partido. Pippen, por supuesto, nunca dejó de escoltar a su jefe de pelotón.
De tal modo nació el reinado de Chicago, del que la 1990-91 resultó primer territorio conquistado. Los Bulls levantaron el título en Los Angeles, quinto encuentro de la serie, tras un partido memorable tanto de Jordan (30 puntos, 10 asistencias) como de Magic (16 tantos, 11 rebotes y 20 ASISTENCIAS).
Historia (ya no tan reciente) de la competición. Heraldo de lo que quedaba por venir.
Relevo generacional
Litros espumosos planeando por el denso ambiente. Lágrimas de Michael en el vestuario de su equipo ante un escuadrón de prensa que no perdía detalle de todo lo que ocurría. Lo había conseguido.
Por fin Jordan fue campeón de la NBA. Y se hartaría de volver a hacerlo; tras tres años seguidos sin quitarse la corona, llegó la primera retirada. Y después, el segundo Threepeat. No se recuerda demasiado que a Jordan le costó unos años abrir la veda, pero después se pegó un atracón único en la historia.
En aquellas Finales de 1991 tuvo lugar, además, una entrega de testigo generacional. Con la derrota, los Lakers daban por cerrada su legislatura dorada de los 80 y no volverían a pisar unas Finales hasta el año 2000; ya en la época de Shaquille O’Neal y Kobe Bryant.
A Rey muerto, los Bulls recogieron la dinastía y la mantuvieron viva hasta finales de la década, en sus batallas de época ante los Jazz.
Anotación en Finales
Michael Jordan disputó en total 35 encuentros de las Finales, anotando en todos ellos al menos 20 puntos. Solo Pippen (dos veces) y Toni Kukoc (una) pudieron tomar prestado el honor de terminar un choque de la ronda decisiva con mayores registros de ataque que su líder de equipo.
Os contamos todo esto solo unos días después del 25 aniversario del ilustre regreso tras primer descanso voluntario (el famoso “I’m back“). Habrá más capítulos de MJ que rescatar en esta serie de ‘Historia de las Finales’. Más ejemplos sobre los que comprobar por qué la NBA escribió capítulos tan honorables con el ’23’ como nuevo amuleto de culto.
(Fotografía de portada: Vincent Laforet / Getty Images)
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